domingo, 21 de octubre de 2012

Manuel Valls, el hombre de moda


"Quiero decirle una cosa a Manuel. Para mí, para nosotros, la seguridad no es de izquierda ni de derecha. Y debo decir que estamos muy satisfechos de su acción”. Elogios como éste, el ministro francés del Interior, el barcelonés Manuel Valls, debe haber escuchado unos cuantos en los últimos meses, a tal punto su actuación es celebrada por casi todo el país. Pero el entusiasmo demostrado el pasado 11 de septiembre por el ex alcalde de Corbeil-Essonnes tenía un calado político especial: el cacique de esta ciudad de la banlieue sur de París no es otro que el octogenario Serge Dassault, senador de la UMP, presidente del grupo aeronáutico Dassault y propietario del diario conservador Le Figaro. “Lo está haciendo muy bien, por eso tiene el apoyo de un diario muy conocido –prosiguió el viejo patriarca–. Con los roms y todo lo demás, es formidable. ¡Bravo, Manuel!”.

La anécdota, probablemente incómoda para el ministro socialista, ilustra hasta qué punto su firmeza en materia de seguridad ha conquistado a la gente de orden, a las clases populares, a gran parte de los votantes de derechas. Y explica por qué Manuel Valls, que no por ello ha perdido el favor del electorado socialista, se ha convertido en sólo seis meses en el político más popular de Francia. Por encima del presidente de la República, François Hollande, y del primer ministro, Jean-Marc Ayrault. Mientras su popularidad sube, la de los otros dos baja en parecida proporción.

El fulgurante ascenso de Manuel Valls, un hombre que ha sido siempre minoritario en el Partido Socialista –en las elecciones primarias para elegir al candidato al Elíseo obtuvo un 5% de los votos– pero que tiene un gran olfato político y una extraordinaria habilidad para hacerse imprescindible, es algo raras veces visto.
Hasta ahora, la máxima popularidad –el número 1– parecía reservada a políticos retirados, como Jacques Chirac, o a figuras alejadas de la primera línea –como el presentador televisivo y activista ecologista Nicolas Hulot o Dominique Strauss-Kahn, cuando era director del FMI y aún no había sido detenido...–, pero nunca un ministro del Gobierno en ejercicio. Manuel Valls, nacido hace 50 años en Barcelona y naturalizado francés a los veinte, ha roto esta ley inmutable.

El barómetro mensual del instituto de opinión Ifop –publicado esta semana por Paris Match– le coloca en octubre por primera vez en cabeza, con una popularidad del 75% –ocho puntos de ascenso respecto a septiembre–, justo por delante de Christine Lagarde (66%) –decididamente, el FMI confiere prestigio y está suficientemente alejado de Francia– y del alcalde de París, Bertrand Delanoë (66%). El jefe del Gobierno, Jean-Marc Ayrault (59%) –con un descenso de ocho puntos– se sitúa en el puesto número 8 y François Hollande –siete puntos de caída–, en el número 12.

No se trata de un resultado aislado. El último barómetro de Ipsos para Le Point coloca de nuevo a Valls en primera posición con un nivel de confianza del 57% –siete puntos de ascenso en un mes–. Y según el último sondeo de TNS-Sofres para Le Figaro Magazine, la gestión del ministro del Interior es aprobada por el 56% de los franceses, que le consideran un político con autoridad (60%), competente y moderno (57% en ambos casos), simpático (51%) y cercano a las preocupaciones de la gente (50%)

Esta inflexión se gestó durante el verano. En un momento en que el Gobierno se mostraba ensimismado y pasivo, Valls estaba al pie del cañón. Mientras Hollande parecía ausente, Valls pisaba el terreno. Mientras algunos miembros del Ejecutivo daban sensación de bisoñez, Valls ofrecía competencia y seguridad. Valor seguro –y por tanto, valor en alza–, hombre fuerte del Gabinete, no es extraño que los analistas hayan empezado a imaginarle como primer ministro en el momento en que Ayrault –muy criticado– tenga que dejar Matignon.

Manuel Valls, que ya se alzó como una de las piezas indispensables de la campaña electoral de François Hollande, lo es ahora del Gobierno. Una condicion reforzada por una relación personal que se ha estrechado notablemente gracias a la amistad de su mujer, la violinista Anne Gravoin, con la compañera del presidente, Valérie Trierweiler.

Puesto delicado y severamente juzgado, el Ministerio del Interior puede convertirse en una plataforma de ascenso político inigualable. La carrera de Nicolas Sarkozy no se entiende sin su éxito previo en la plaza Beauvau. El semanario Le Figaro Magazine –totalmente en línea con su propietario– dedicaba hace una semana una elogiosa página a Valls a este respecto: “Algunos pensaban que Nicolas Sarkozy había matado el empleo de ministro del Interior. Manuel Valls demuestra lo contrario, dando pruebas de la misma energía y de la misma voluntad de ocupar el terreno (...) Su activismo contribuye largamente a salvar el balance de la acción del Gobierno. Como Sarkozy lograba hacer olvidar la inacción de Chirac”.


Duro con los ‘roms’, blando con la nacionalidad

Alcalde de Evry, una ciudad típica de la banlieue de París, durante los últimos once años, Manuel Valls conoce de cerca las inquietudes de las clases populares y sabe que, para mucha gente, la principal preocupación es la seguridad. Uno de los derechos básicos, a su juicio, que la República debe garantizar. Y uno de los asuntos que hace una década el entonces primer ministro socialista Lionel Jospin no supo manejar. Manuel Valls era entonces su portavoz en Matignon y tomó buena nota. Seriedad y firmeza son las dos cualidades principales que el nuevo ministro del Interior ha mostrado al frente de su difícil cartera. Firmeza contra la delincuencia. Firmeza contra el terrorismo. Firmeza contra el antisemitismo. Firmeza contra los campamentos ilegales de gitanos del Este –roms–, que ha ordenado desmantelar sin pestañear cuando ha sido necesario. Firmeza, también, contra los policías corruptos, como cuando decidió disolver toda la brigada contra la criminalidad de Marsella... En cierto modo, Valls estaría haciendo honor al apodo de “Sarkozy de izquierdas” que sus rivales en el seno del PS le colgaron hace ya mucho tiempo. Salvo que Valls no se muestra arrogante, cuida a su primer ministro y a su colega la ministra de Justicia, Christiane Taubira, y se abstiene de estigmatizar a los inmigrantes, a los extranjeros o a los musulmanes. Duro cuando ha de serlo –cuando los ciudadanos lo esperan de él–, Valls también se permite ser blando. Como cuando anunció, esta semana, la suavización de los requisitos para acceder a la nacionalidad francesa por naturalización. O la reintroducción de una matrícula identificativa para los agentes de la policía.



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